Sobre la guerra

Bosnia y Herzegovina todavía no ha conseguido superar el trauma de la espantosa guerra que, durante tres interminables años, asoló y dividió el país, desplazó a uno de cada dos ciudadanos a un lugar distinto en el que vivía, y acabó con la vida de centenares de miles de personas. Pero más allá de los muertos, mutilados, huérfanos y desplazados, aquella terrible guerra produjo millones de víctimas, pues víctimas fueron todos y cada uno de los habitantes del país, como lo son también las nuevas generaciones, que nacen en un país con un futuro más que gris, y a las que los poderes políticos de cada comunidad hacen ímprobos esfuerzos por inculcarles en su ADN sociológico las estúpidas razones por las que, hace 20 años, se convirtieron en víctimas o en verdugos.

Es sintomático que todavía hoy la naturaleza de la guerra siga siendo motivo de discusión. Para los serbobosnios fue un conflicto fratricida, una guerra civil, pero para muchos bosniacos (bosnios musulmanes) fue una guerra de agresión. «Agresija» [agrésia] es el término con el que mayoritarios sectores políticos y medios de comunicación de Sarajevo se refieren a la guerra, y con el que recuerdan constantemente la participación de actores foráneos: Croacia y Serbia, especialmente.

La JNA, el ejército federal yugoslavo, ciertamente participó en los primeros momentos de la guerra, dejando luego paso a grupos paramilitares de extremismo genocida como los temibles Tigres de Arkan, llegados desde la vecina Serbia con la connivencia del régimen de Milošević. También las fuerzas croatas participaron en la guerra bosnia,

En mi humilde opinión, sólo en el caso de Sarajevo podemos hablar inequívocamente de «guerra de agresión». Pero no agresión de unos contra otros, no por el cerco de la ciudad o las granadas que mataron a decenas y mutilaron a centenares, sino porque Sarajevo representaba una idea, un modelo de convivencia, respeto y tolerancia que a muchos resultaba incómodo y se esforzaron por destruir. Lamentablemente, con gran éxito.

Aquella ciudad, capital de la República étnicamente más rica de la antigua Yugoslavia, tenía también el mayor porcentaje de matrimonios mixtos del país. En aquellos tiempos felices los nombres o apellidos no importaban, ni tampoco que celebraran las reuniones familiares según el calendario religioso musulmán, ortodoxo o católico. Las personas se relacionaban entre sí sin tener en cuenta aquellas menudencias, y el roce, como siempre, hacía el cariño; y la gente se conocía, amaba, y creaba familias mixtas en perfecta armonía. Por eso en Sarajevo hubo miles de serbios o croatas que combatieron codo con codo con sus vecinos bosniacos contra los sitiadores, porque no defendían la primacía de ningún grupo, ni su «interés nacional», sino simple y llanamente sus casas, sus barrios, su queridísima ciudad y un modelo de convivencia que había funcionado.

Sarajevo fue herida de muerte en aquella guerra y su agonía retransmitida en prime time a los televisores de todo el mundo. La multiculturalidad ya no existe. Igual que la mezquita de Córdoba, las sinagogas e iglesias de Sarajevo son ya sólo hermosos vestigios del pasado y los judíos y cristianos exiguas minorías. Los sitiadores serbios son responsables de decenas de miles de muertes, pero el verdadero responsable de la muerte de Sarajevo es la política, el nacionalismo demagogo y criminal que sacrificó esta ciudad a los pies del altar de la nación.

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